martes, 10 de agosto de 2010

Hace unos días se publicaba, en el diario toledano La Tribuna, un reportaje de Francisco J. Rodriguez sobre una noticia de hace cincuenta años, aunque decir noticia puede resultar poco correcto, pues la connotación que tiene hoy día la palabra noticia es la de la divulgación de un evento a través de los medios de comunicación. De lo que trataba el reportaje aludido, me refiero al publicado hace unos días, es de una manifestación de vecinos del barrio de Santa Bárbara, armados con cántaros, realizada en julio de 1960, contra la puesta en escena de una operación de propaganda del régimen franquista, consistente en la inauguración de una pequeña colonia de viviendas de beneficencia, en las que se iba a hacer, para el NODO, el simulacro de que tenían agua corriente y alcantarillado, cuando lo cierto es que ni en estas casas ni en las demás de esta barriada había entonces ni agua corriente ni alcantarillado. Pero cuando decía que no era muy exacto hablar de una noticia de hace cincuenta años, es porque aquello no existió para los medios de comunicación, controlados por una férrea censura.

El agua corriente llegaría a este barrio, por entonces aún conocido, por "los vecinos de toda la vida", como Barriada de la estación, progresivamente, a lo largo de aquella década, gracias también a las modernas viviendas que se construían aquellos que se vieron obligados a emigrar a Francia o Alemania. El alcantarillado tardaría aún unos años más, por lo que aún a comienzos de los años setenta existían en la mayoría de las casas los "pozos negros", o medios aún más artesanos e insalubres, que no me parece de buen gusto explicitar a los lectores.

Pero mi intención al escribir de aquello no es otra que reconocer el mérito del reportaje aludido, pues, aunque sea con cincuenta años de distancia, se ha dejado escrito, negro sobre blanco, lo que de verdad ocurrió, también con testimonio de quienes tuvieron que ver con aquel acto valiente, consistente en no acudir como borregos a aplaudir la mentira, y en dejar en evidencia al gobernador civil, Francisco Elviro Meseguer y al alcalde, Luís Montemayor. En justicia hay que hablar más de vecinas que de vecinos, pues fueron mujeres en su mayoría las que taponaron con carretillas y cantaros el acceso al barrio a la comitiva de autoridades. Pero también, y como se dice en el reportaje, el motor de aquel movimiento vecinal fue el entonces cura párroco de la barriada, Luís Rodríguez Oliver, que abandonaría los hábitos pocos años después y se incorporaría en Madrid a la lucha anti-franquista desde la militancia republicana. Falleció de infarto, en 1979, cuando tenía 56 años y muchos proyectos por delante.

Es una pena que el autor del reportaje no haya contado con más espacio, para poder incluir otros testimonios y también para comentar ampliamente el contenido del acta del consejo provincial de Falange, pero la prensa diaria tiene sus servidumbres. En cualquier caso, lo que importaba era contar la historia y, desde esa perspectiva el objetivo está cumplido.

Tal y como se dice en el reportaje, el que escribe estas líneas tuvo acceso hace unos años a una copia del acta de Falange citado. Como saben quienes han conocido el franquismo, existía una total integración del partido único en el aparato del Estado y determinados cargos políticos llevaban aparejado un puesto de mando en la Falange, por lo que es normal que asistieran autoridades locales, provinciales y delegados de ministerios. El jefe provincial era en aquel momento Francisco Elviro Meseguer, gobernador civil de Toledo, que había sido alcalde de Cáceres. Era natural de Brozas y había sido de los falangistas cacereños de primera hora, en grupos de "acción" en los años de la República. Como era lógico llevó la voz cantante de la reunión y, no deja de tener gracia, una mención que hizo de Bahamontes:

Esta gente actúa contra nosotros como los enemigos de Bahamontes: diciendo cosas falsas y pinchando para desmoralizar. Nosotros no tenemos que contestar comoBahamontes, enfadándose y diciendo tonterías. Tampoco se consigue nada con que informemos al Sr. Cardenal o Sr. Obispo, pues ya lo saben y no han tomado ninguna medida.

Elviro Meseguer era además procurador en Cortes y consejero nacional del Movimiento, es decir, un peso pesado del régimen, de aquellos que, como su amigo el toledano José María Fernández de la Vega, el primo de la vicepresidenta, no se adaptaron después a la democracia, como sí que había hecho el personaje del que hablamos a continuación.

Repasando estos días el documento, fechado en Toledo a 18 de julio de 1960, me encuentro con apellidos muy "ilustres" de la ciudad. Que nadie tema, no los voy a hacer públicos, para que los hijos o nietos de aquellos "camaradas" no se vean inquietados. Solo citaré a uno, para señalar las paradojas de la vida. Me refiero al entonces teniente-coronel y profesor de la Academia de Infantería Marcelo Aramendi, toledano de nacimiento y que había hecho la guerra civil como joven oficial de las celebres unidades falangistas Banderas de Castilla. Este militar fue también director de la Academia de Infantería y ya, en los años de la transición, con graduación de general de división, director general de Enseñanza militar. Resulta que un día de mayo de 1981, en su despacho del madrileño Palacio de Buenavista, muy temprano, se descerrajó un disparo de pistola quitándose la vida. Estaba muy reciente el golpe de Estado de Miláns del Bosch, Tejero y demás "patriotas", y Aramendi, comprometido con el proceso democrático, era objeto por entonces de todo tipo de amenazas e insultos por parte de muchos compañeros de armas. No pudo soportar la presión y adoptó una trágica decisión.

Otro militar, también general, Luís Pinilla, fue por aquellos años director de la Academia general militar. Eran vidas paralelas en muchos aspectos, pues los dos tenían vocación docente y habían estado muy implicados en la praxis de la doctrina social de la Iglesia, la de Juan XIII y el Concilio Vaticano; llegada la democracia fueron los dos firmes defensores de la Constitución. Tras la muerte de Aramendi la cúpula militar vetó cualquier nombramiento de Pinilla para cargos de importancia, por lo que, muy decepcionado, abandonó el ejercito.

En fin, pequeñas historias, o grandes quizás, para entender mejor el presente y sus miserias.

Que lleven ustedes bien estos calores.