lunes, 17 de septiembre de 2012
UN VERANO PARA OLVIDAR por Isabelo Herreros
UN VERANO PARA OLVIDAR por Isabelo Herreros
6 de septiembre de 2012 en El Digital Castilla-La Mancha
Es posible que salgamos de esta, y, ya verán, quienes conozcan tiempos mejores en el incierto futuro, como desde el gremio de economistas lo explican todo la mar de bien, tan bien como nos explicaban en la facultad el Crack del 29 o el Plan de Estabilización de 1959, aquel que llevó a cabo el franquismo para salir del desastre de la autarquía. Lo peor de todo esto es que no sabemos aún cuantas bajadas de sueldo nos quedan por soportar, aquellos que aún tenemos un puesto de trabajo, o cuanta miseria nos queda por conocer. Los más mayores aún recuerdan aquel eterno "año del hambre", y que para muchos, en particular para quienes perdieron nuestra última guerra civil, se prolongó hasta finales de los años cincuenta, cuando, gracias a la emigración de casi tres millones de españoles pudimos empezar a levantar cabeza. Nuestros compatriotas partieron a Alemania, Francia, Suiza, Holanda, Bélgica o Australia, sí querido lector, también a las antípodas llegaron aquellas maletitas de cartón. Precisamente dentro de unos días me veré con un amigo, Florencio Saiz, burgalés, que se encuentra pasando unas vacaciones en España, tras su jubilación como periodista radiofónico en la cadena SBS, de Melbourne.
Se hace muy difícil escapar del ruido de esta asfixiante crisis, a la que, para que nada falte, le está haciendo compañía en estos meses uno de los veranos más calurosos que se recuerdan, salpicado de incendios como el de La Gomera, del que dicen que no se recuperará la isla ni en cien años; todo un mal augurio.
Pues lo que les decía, queridos lectores, que es muy difícil sustraerse a esta cruda realidad, ni siquiera a dos mil metros de altura, y que es la que tiene el Puerto de Malangosto, en la provincia de Segovia, adonde subí a primeros de agosto junto a unos amigos. Pero no, no es que me haya hecho escalador de montañas, si no que acudí a una romería que se celebra en ese lugar, desde hace ya más de cuarenta años, en el primer domingo de agosto. Es precisamente en ese pico donde el Arcipreste de Hita sitúa, en El libro de buen amor, el encuentro con una serrana conocida como "la chata".
La romería rememora este acontecimiento literario y sirve también como encuentro y confraternización entre vecinos de los dos lados de la Sierra de Guadarrama. La verdad es que la caminata mereció la pena, si bien el cambiante tiempo a esas alturas nos hizo pasar algún que otro rato de frío serrano. De la romería me había hablado mi amigo Rubén Caba, gran estudioso de la vida y obra del autor del Libro de buen amor, un clérigo mozárabe toledano llamado Juan Ruiz y que anduvo por estos pagos en los convulsos tiempos del siglo XIV. Resulta que este año a mi amigo le nombraban "Arcipreste", por su persistencia en seguir desentrañando el significado de las palabras, historias, versos, y claves de los itinerarios, de la más relevante obra de nuestra literatura, después del Quijote, claro está.
Aunque, como en cualquier romería, hubo misa campestre, lo cierto es que fue algo heterodoxa, pues también tuvieron lugar, durante la singular eucaristía, varios eventos que tenían más de paganos que de religiosos, como fue la representación del encuentro entre el arcipreste y "la chata", así como varias intervenciones de expertos, autoridades y premiados. Se recordó con cariño al difunto cura del cercano pueblo de Sotosalvos, Pablo Sainz, peculiar clérigo, experto en arte románico, gran conocedor del Libro de buen Amor, y que fue el "inventor" de esta romería. Como es lógico, el bueno de don Pablo tuvo conflictos con la jerarquía eclesiástica, pues, como supondrá el lector, no veía la Curia con buenos ojos estos homenajes al más corrosivo crítico de la Iglesia de su tiempo, y, a una obra literaria plagada de contenidos eróticos.
Hacía tiempo que no visitaba el Libro de buen amor, por lo que eché mano de la edición de Austral, la que tenía más a mano, y que no trae notas a pie de página, ni comentario alguno, por lo que hay que armarse de paciencia para leer en castellano del siglo XIV, pero aún así merece la pena. Muchas son las lecciones que aún hoy se pueden extraer de esta inmortal obra literaria, donde no deja de sorprender el dominio que el autor tenía del idioma, y la facilidad con la que utilizaba el doble sentido de las palabras para construir relatos o poemas corrosivos. Puede decirse con veracidad que aquí encontramos el primer manifiesto por la libertad, así, con mayúsculas. Se puede incluso ir más allá, si se quiere, pues el "Enxienplo de las ranas, en como demandavan rey a don Júpiter" puede interpretarse también en clave republicana, y hasta libertaria, pues la enseñanza que nos envía Juan Ruiz, desde el Toledo del siglo XIV, es que no debemos ser sumisos, ni esclavos de nadie, y que podemos gobernarnos sin tener por encima a señores despóticos y mezquinos.
Las claves eróticas combinan un sentido recto, y otro cargado de malicia y significación más que erótica, prostibularia, al decir de ciertos críticos de la obra. Este doble sentido paródico no se detiene ni ante la liturgia ni ante los estamentos sociales, como ocurre en el combate entre Don Carnal y Doña Cuaresma, en particular en el variopinto cortejo que sigue a Don Amor. También hay en este combate una parodia militar, donde se puede apreciar una visión burlesca de los torneos, cortejos triunfales y batallas caballerescas de la época. Mención aparte merecería "La Cantiga de los clérigos de Talavera", y donde de forma más clara aparece citado Gil de Albornoz.
Voces más autorizadas que la mía han señalado que nos encontramos, no sólo ante una obra literaria extraordinaria, si no también ante un documento muy importante para entender el convulso mundo político y religioso del siglo XIV, con las luchas y ambiciones de los reyes, Alfonso XI y Pedro I, las familias nobiliarias y las jerarquías eclesiásticas, con un personaje en el primer plano del escenario, el poderoso cardenal Gil de Albornoz. Es muy posible que Juan Ruiz trabajase para el prelado, y que fuese aquella Curia la que le sirviese de privilegiado observatorio para conocer la corrupción y las flaquezas de los ministros del Señor, si bien la critica se eleva hasta la corte suprema de la Iglesia, cuando dice "Yo vi en corte de Roma, do es la santidad, que todos al dinero fazíanle homildad".
Por estas, y otras causas de las que sabemos menos, es por lo que Juan Ruiz dio con sus huesos en la cárcel de Toledo, y es por ello que a partir de entonces le quedó algo más que resquemor hacia la vieja ciudad levítica. De aquel proceso poco se conoce, aunque hay investigadores que no han perdido la esperanza y piensan que algún día pudieran aparecer, en algún lugar oculto de la Catedral de Toledo, los documentos originales de aquella causa judicial, y, de paso, se podría documentar mejor la carrera eclesiástica de Juan Ruiz y su relación con el poderoso y enigmático cardenal Gil de Albornoz.
Aquel desamor entre Toledo y Juan Ruiz, fue y es mutuo, pues llega hasta nuestros días, y, como también ocurre con otras glorias de las artes y las letras, hispanas o foráneas, que hicieron de Toledo objeto de su amor, la desdeñosa y antigua capital del Imperio católico, les tiene en un premeditado y voluntario olvido. Trate el lector de encontrar una calle, plaza o monumento dedicado al Arcipreste de Hita en la capital de Castilla-La Mancha, y será vano empeño, como lo fue el de Nicolás Estévanez, militar, y ministro de la Primera República, cuando se empeñó en encontrar en Toledo una estatua de homenaje al comunero Padilla. Así son las cosas en esta tierra nuestra. Pero no perdamos la esperanza, pues cualquier día puede sorprendernos algún "docto de Argamasilla" y dejar en los Anales una de esas investigaciones que nos obliguen a bajar al Tajo, si estuviera limpio, a aclararnos bien las entendederas para salir del estupor.
Al cierre de este artículo aún humea el incendio de la Sierra de San Vicente, territorio de mis paseos y reflexiones. Tristeza y rabia. Más en frío escribiré sobre esta catástrofe.
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